Son muchas las cuentas pendientes que tenemos en nuestra vida como lector de Historietas y una de ellas era acercarnos a la obra de Phillippe Druillet. Por supuesto que teníamos algunos conocimientos básicos sobre su vida y trabajo porque, como suele decirse, su fama le precede. Habíamos leído fragmentos de trabajos suyos en revistas antológicas como Cimoc o la versión española de la Metal Hurlant, y también conocíamos algo de su importancia en el medio, no solo como historietista sino también como miembro fundador de “Les Humanoïdes Associés”, junto a Jean-Pierre Dionnet, Bernard Farkas y Jean Giraud, con la consecuente aparición de la célebre “Metal Hurlant” y todo lo que esta importante publicación trajo a colación. Sabíamos de lo firme que se mantenía en sus decisiones estéticas con respecto a sus obras, revelándose a imposiciones editoriales, como así también cierta condición críptica o inaccesible en sus trabajos. Tal vez por ese preconcepto, equivocado quizás, fue que demoramos tanto en acercarnos a Druillet, a pesar de tener algunas Historietas suyas en la pila de lectura pendiente. Pero como nunca es tarde y más vale tarde que nunca, quisimos a leer uno de sus trabajos más famosos y le entramos a “La Noche”, publicada originalmente en 1976 cuando el autor atravesaba uno de los momentos más oscuros y difíciles de su vida.
Poca información teníamos a la hora de encarar el libro, sabíamos que Druillet se había prodigado en la ciencia ficción y que la obra se había publicado originalmente en la “Metal Hurlant”, que también explotaba el mencionado género. Pero, al pasar la portada y encontrarnos con un breve escrito del autor como dedicatoria, recibimos una directa trompada al mentón que nos desestabilizó totalmente por lo inesperado del mismo. Nicole, la mujer de Druillet, murió ese año después de una larga y dolorosa lucha contra el cáncer. Se comenta que las primeras páginas de esta Historieta el autor las dibujó en una habitación de hospital mientras acompañaba a su mujer en su agonía y, tras el desenlace fatal, el destino de la obra viró junto con los sentimientos del artista. Esa dedicatoria es un vómito de rabia y dolor extraordinariamente lúcido, en el que reevalúa a la muerte y el negocio que la circunda, tratándonos a los lectores (Y a todo el mundo) de “cadáveres latentes”. Supongo que habrá tantas experiencias con la lectura como lectores que las realizan y, en mi caso, estas palabras me dejaron temblando y con las emociones completamente modificadas para encarar la obra.
La historia es bastante simple, en el futuro el planeta vive
una situación post apocalíptica (No se aclara si es la Tierra u otro planeta). Hay
distintas clases de sobrevivientes, muertos vivientes pandilleros que se
agrupan en bandas y recorren la noche en motos voladoras, subsisten a base de
drogas gracias a las cuales no necesitan otro alimento, pero estas drogas no
son tan fáciles de conseguir. Por otra parte, hay una fuerza policial que les
de caza y, al atraparlos, los matan y comen su carne. Esta fuerza declama
mantener a los pandilleros a raya para que reine la paz en la ciudad en favor
de otros habitantes que nunca se ven. Todos están obligados a moverse de noche
porque, durante el día, la temperatura es mortalmente elevada y llueve fuego
del cielo.
Heintz es el líder de “Los Leones”, una de las pandillas que
sufre la escasez de droga, por lo que deciden tomar por la fuerza el “Depósito
azul”, una suerte de montaña donde hay una enorme cantidad de suministros. Sin
embargo, son capturados por la policía y pierden a varios de sus integrantes.
Batalla mediante logran escapar y buscan la unidad de todas las pandillas de la
ciudad para aumentar sus fuerzas y así poder adueñarse del Depósito Azul. Después
de algunas rencillas logran su objetivo de unidad y parten a su destino, pero
antes deben enfrentar a la policía que se interpone en gran número. La guerra
deja a muchos en el camino, aun así, logran llegar a las cercanías del
Depósito, aunque el último tramo está plagado de trampas alucinatorias que
complican la llegada. Junto con el despuntar del alba arriban al Depósito y la
desesperación por una dosis que calme el dolor hace que muchos no se protejan,
justo cuando son atacados por “los pálidos”, unas luces voladoras que los
aniquilan con rayos solares. Nunca están seguros si lo que los rodea es real o
alucinaciones producto de los estupefacientes (o la falta de ellos), pero
siguen avanzando y dejando miembros en el camino, al tiempo que intentan hacer
frente a los pálidos…
En lo superficial la historia es simple, lineal y es
imposible suponer hacía donde iba originalmente antes del impacto ocasionado
por el fallecimiento de su esposa, pero por debajo de lo que se cuenta están
todo el tiempo presentes la muerte y el dolor. El planeta es yermo, la luz
solar, fuente de vida, es aquí sinónimo de muerte, los pandilleros muertos
vivientes están en descomposición y cayéndose a pedazos, la policía usa
armaduras negras, parecen verdugos y vampirizan a sus víctimas, las
construcciones que permanecen en pie están semi destruidas, se busca la droga
como una forma de supervivencia que ayuda a evadir la realidad, se vive bajo
tierra para escapar de la lluvia de fuego y la violencia es la forma de
comunicación más efectiva. La carrera de los Leones y el resto de las pandillas
es vertiginosa, plagada de decesos, desesperante y contra reloj, con la muerte
en ciernes todo el tiempo, ahogándolo todo sin concesiones ni treguas. Nada ni
nadie queda en pie, tal como nos dice en el texto que precede a la historia,
los personajes, sin saberlo, son todos cadáveres latentes esperando su
inexorable final.
El dibujo crea un mundo desolador que mezcla metal con carne
pútrida, poblado de seres extraños, en destrucción constante, con unas páginas
inundadas de detalles que fuerzan al lector a detenerse para poder absorber
todo lo que cuentan. Plasma la constante presencia de la muerte de formas
explícitas y terribles, como así también la hostilidad de la naturaleza con sus
tormentas de fuego y tornados cortantes. Sobre el final, en unas splash pages
memorables que son parte de alucinaciones que tienen los pandilleros,
interviene unas bellísimas fotos de Nicole que conmueven profundamente y
contraponen su belleza con el horror del que venimos siendo testigos.
Creo que ya lo dije en algún podcast, pero repito porque
aplica en este caso. A las obras nos acercamos tanto intelectual como
emocionalmente, sin embargo, siempre prima alguna de las dos opciones sobre la
otra. En líneas generales disfruto mucho más de las obras que me fuerzan a
entregarme emocionalmente, en este caso y después del impacto que me causo el
texto inicial, la lectura resultó un torbellino emocional tan fuerte que este
pobre intento de poner en palabras lo vivido prácticamente carece de sentido y,
por supuesto, no le hace ninguna justicia a la obra. Quedan invitados a
vivenciarlo de primera mano…
“Hay otras cosas que turban mis ideas… Hasta ahora me he
reído cuando rondaba la muerte… Y hoy tengo miedo...”
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